jueves, 20 de marzo de 2025

UNA FE REALISTA

UNA FE REALISTA

En Eclesiastés 9:2 se nos dice:

"Todo acontece de la misma manera a todos: un mismo suceso ocurre al justo y al impío, al bueno y al limpio, al no limpio, al que sacrifica y al que no sacrificio; como al bueno, así al pecador; al que jura, como al que teme el juramento."

Esta palabra nos enseña claramente que todos, incluyendo a los cristianos, estamos sujetos en esta vida a los mismos padecimientos que cualquier otra persona, sin importar su fe. La Biblia nos deja claro que no estamos exentos de sufrir dificultades, pérdidas y momentos de tristeza o aflicción.

Por eso, cobran aún más sentido las palabras de Jesús cuando dijo:

"En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo". (Juan 16:33)

Él no nos dejó sin esperanza. Nos exhortó a confiar en Él, porque ha vencido este mundo con todas sus injusticias y dificultades. También cobra sentido la oración del mismo Señor Jesucristo cuando dijo:

"Padre, no te pido que los quites del mundo, sino que los guardias del mal." (Juan 17:15)

Pero, ¿qué significa realmente que Dios nos guarda del mal? Fundamentalmente, significa que Él nos protege y nos cuida de todo aquello que vaya en contra de Su voluntad. Sin embargo, aquellas situaciones dolorosas o difíciles que nos toca vivir pueden estar dentro de Su plan. Y lo maravilloso es que tenemos un Dios tan grande y poderoso que es capaz de transformar todo lo negativo, lo desagradable y lo doloroso en algo que, no solo traerá gloria a Su nombre, sino también bendición para nosotros y para muchos más.

Dios actúa con poder y soberanía. Y cuando escuchamos testimonios de cristianos que han pasado por momentos muy difíciles, aprendemos a valorar la paz, el bienestar y la armonía en la que podemos estar viviendo hoy. También nos volvemos más conscientes de que hay hermanos en la fe, en distintas partes del mundo, que quizás no tienen un plato de comida como el que tú y yo tenemos, ni un colchón cómodo, ni un hogar donde descansar. Algunos ni siquiera pueden congregarse en libertad o caminar por la calle con una Biblia en la mano sin temor a ser perseguidos, encarcelados, torturados o incluso asesinados por su fe.

Y sin ir más lejos, en nuestro propio entorno, Dios permite que los cristianos pasemos por situaciones de robo, violencia, accidentes o enfermedades, e incluso por la pérdida inesperada de un ser querido. Todo esto nos enseña que nuestra fe no puede ser inmadura ni basada solo en la idea de sentirnos bien. No podemos ver a Dios como si fuera un "Papá Noel celestial" que solo nos da cosas buenas y nos evita todo mal.

La realidad es que, como cristianos, enfrentaremos dificultades como cualquier otra persona. Pasaremos por momentos de escasez, enfermedades, injusticias y sufrimiento. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre nosotros y los demás?

La diferencia es Cristo. Solo en Cristo está la diferencia.

Él nos sostiene, nos transforma y nos moldea a Su imagen. Mientras que quienes están lejos de Dios pueden ser devastados por el sufrimiento, nosotros, los que estamos en Cristo, somos fortalecidos y perfeccionados en medio de nuestras debilidades. Como dijo el apóstol Pablo:

"Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad". (2 Corintios 12:9)

Dios tiene el poder de transformar todo lo malo y doloroso en algo glorioso. Lo convierte en victoria, en testimonio, en un milagro que impacta vidas y da fruto.

Por eso, debemos tener una fe realista. Una fe que no solo vea a Dios como un Padre amoroso que nos cuida y nos bendice, sino también como el Dios soberano que, en Su sabiduría, permite situaciones difíciles para cumplir Su propósito eterno en nosotros. Si eso implica pasar por tiempos de prueba, entonces así será.

Porque la verdad es que aún no estamos en el cielo. El Reino eterno de Dios está por venir. Por ahora, seguimos en un mundo caído, lleno de maldad y de las consecuencias del pecado. Aquí solo somos extranjeros y peregrinos . Nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos a nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo, quien vendrá pronto para llevarnos con Él.

Y entonces podemos decir: " Si ¡Ven, Señor Jesús, tu Iglesia te espera!"


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